Toda una iglesia unida
orando fervientemente porque aquel matrimonio siga en pie, a aquel fiel hombre que trabajaba para mantener a sus cinco
hijos con un rostro bastante entristecido por toda la situación, soltando aquellas
lágrimas que tanto ponían de su lado a las mujeres y ancianas primero, como
cuando se hunde un barco. Oraban sin cesar día y noche, e incluso alguno se
acercaba a la mujer para reprenderla por su mal comportamiento, cómo podría
haber dejado a aquel hombre tan bueno, sí parece que la ama y quiere tanto a
sus hijitos. Tal era la presión que ella misma se decía, no seré yo, lo mismo
yo me porto mal como para que cada día el me dé bofetadas u obligue a tener
sexo a la fuerza con él, quizá la culpa de mis hijos que no se portan bien por
eso les maltrata y les dice cosas como que son solo mierda y un sinfín de insultos,
quizá tienen razón, porque yo no les he educado bien a los niños…
Mientras tanto la iglesia unida
orando por que la pareja nunca se separe, porque el “demonio” nunca los separe porque
lo que Dios unió que no lo separe el hombre. Como si Dios quisiera que ella sea
insultada y acosada cada mañana, como si Dios quisiera que aquella persona
tuviera miedo incluso de salir sin el permiso de aquella persona, o como si
Dios quisiera que ella sea encerrada para que no pueda ir a ningún lado. Pero
en fin, la iglesia ferviente seguía orando, y la ancianas reprendiendo a la
pobre mujer por lo mala que era.
Muchas veces nos esforzamos en
ayudar de la manera incorrecta o a la persona equivocada, no nos tomamos un
minuto para pensar en ambas partes, no elegimos correctamente lo que debemos
hacer, sin embargo nuestro desdén por el conocer todos los detalles de los
hechos nos llevan a elegir mal, elegir mal incluso por lo que debemos decir o
hacer.
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